A veces se dice de quienes discuten con frecuencia: "Viven como perros y gatos". El significado de esta frase es claro para todos. Pero solo a primera vista. Para mí, significa algo completamente diferente. Dos personas pueden vivir juntas y respetar sus intereses, incluso si son completamente diferentes. Lo creo porque viví un incidente muy inusual en mi vida.
Todos los veranos, mis padres me enviaban a casa de mi tía: para disfrutar del aire fresco, beber leche fresca hasta saciarme y escapar del bullicio de la ciudad. Por aquel entonces, ella tenía un gato. Un mestizo de aspecto normal: tenía las orejas y la cola congeladas, y le faltaban bigotes en la mitad de su astuta cara. Y ya era muy viejo, incluso para los estándares felinos.
Un día, el gato dejó de salir de su cama por completo. Mi tío de vez en cuando lo sacaba a él y a su cama afuera y lo colocaba en un banco para que respirara el aire fresco y gélido. En casa, yacía triste y débil, sin darse cuenta de nadie. Esto continuó durante varios días. No bebía ni comía, y ni siquiera pedía nada. Simplemente se quedaba allí tumbado. Entonces mi tía lo llevó al veterinario, quien le dio un pronóstico desalentador. «El gato simplemente está viviendo sus últimos días», dijo. «Los años le están pasando factura».
En ese momento, la helada afuera era tan intensa que parecía que el aire que salía de sus bocas se convertía instantáneamente en hielo y caía al suelo. En uno de esos días gélidos, mis tíos vieron un cachorrito en la calle y se lo llevaron a casa para protegerlo del frío. A los pocos minutos de llegar, el cachorrito corrió a la cocina. Imaginen su sorpresa al ver los cuencos para gatos allí, intactos y repletos de comida. Inmediatamente se abalanzó sobre ellos y comenzó a devorar con avidez el contenido.
El gato se animó visiblemente. Al ver al extraño robarle la comida con descaro, incluso de sus tazones, se animó y corrió a confrontarlo. Olvidó por completo que hacía apenas unos minutos el moribundo yacía allí, completamente inmóvil. Acercándose al cachorro, el gato comenzó a silbarle, intentando ahuyentarlo de su propiedad. Cuando su plan tuvo éxito, se sentó tranquilamente cerca de los tazones y comenzó a comer, para que su enemigo no recibiera nada.
Finalmente, gracias al pequeño expósito, el gato pospuso su partida cinco años más. Durante este tiempo, ahuyentó con vehemencia al perro de sus cuencos, incluso cuando este había crecido considerablemente, persiguiéndolo por todo el apartamento, asegurándose de que mantuviera el orden. Durante este tiempo, finalmente lograron hacerse amigos, aunque el gato le prohibió comer de su cuenco, igual que el primer día.
Por eso, cada vez que escucho la frase “Como un gato y un perro”, siempre recuerdo este caso milagroso de la curación de un gato viejo y enfermo que se encontró con un pequeño cachorro congelado.



